miércoles, 27 de enero de 2016

Los venenos mundanos (artículo)

Aunque el Consejo de Estado, en el mes de mayo pasado, haya ratificado un decreto del ministro del interior, imposibilitando a un farmacéutico la explotación de su titulación, porque ese farmacéutico había vendido morfina a dos clientes por treinta y tres luises – el veneno «amable», el veneno «selecto», el Nirvana de nuestros fines de siglo, todavía despliega su espantosa devastación.
En Francia hay cincuenta mil adictos, y este número es sobrepasado en Inglaterra y Alemania. Se ha necesitado construir hospitales especializados en Londres y en Berlín; pero América gana por la mano a los iniciados de la vieja Europa. Allí, los establecimientos se multiplican y se propagan.
¡Ah! ¡Qué orgulloso debe estar el Sr. Wood[1], el médico inglés que instauró el uso de la morfina mediante inyecciones hipodérmicas! ¡Deben estar orgullosos los mayores prusianos que, durante las batallas de 1866 y del 70, empleaban la droga contra toda sensación anormal y perdían las gafas y diagnósticos bajo los fenómenos de una embriaguez desconocida! Sí, el doctor Wood y los médicos alemanes tienen todo el derecho a enorgullecerse – ellos o sus sombras – ¡pues nunca artistas contribuyeron de tal modo a abreviar los viajes sobre nuestro gracioso planeta!
Y, alrededor del astro Morfina, cuyos torrentes de luz se transforman en arroyos de sangre y en velos de duelo, gravitan unas constelaciones de primer y segundo orden: Turquía tiene sus consumidores de opio; China sus fumadores; los jóvenes americanos del centro lían cigarrillos de té; los del norte aspiran el gas del petróleo crudo o nafta; Irlanda tiene sus bebedores de éter; Argelia, sus bebedores de absenta; los Orientales adoran el hachís; los noruegos son adictos a la estricnina; los congoleños comen la pólvora; las damas rusas prefieren el sulfonal y los alemanes la cocaína. Entre nosotros, y por todas partes, el tabaco y el alcohol; pero la morfina se encuentra a la cabeza de los alcaloides, de los venenos mundanos.
Uno se pincha, se anima, luego se duerme, se despierta y sufre; se está loco o muerto, y los médicos discuten el término exacto.
Levinstein (alemán) propone «morfimanía»; Zambacco (turco)[2] prefiere «morfeomanía»; Ball (francés) solicita que sea «morfinomanía». Quedémonos con el Sr. Ball, sin esperar los veredictos de los Cuarenta del puente de las Artes y de los Seis de Auteuil-Goncourt.
Al principio, la enfermedad artificial se acantonaba entre las personas relacionadas con el oficio y sus allegados –médicos, farmacéuticos, mozos de laboratorio y enfermeros. Hoy, el morfinómano es un apologista y genera prosélitos.

ESTADÍSTICA DEL DR LEVINSTEIN
Médico jefe en Schoeneberg-Berlin

32 médicos
8 esposas de médicos
1 hijo de médico
2 religiosas
2 enfermeros
1 comadrona
1 estudiante de medicina
1 esposa de farmacéutico
6 farmacéuticos
1 esposa de oficial
18 oficiales
5 esposas de hombres de negocios
11 hombres de negocios
4 mujeres rentistas
3 rentistas
2 profesoras
1 profesor
4 empleadas
4 magistrados

3 propietarios

82
28


ESTADÍSTICA DEL DR. G. PICHON
Jefe de Clínica en la Facultad de Medicina de París

17 médicos
12 esposas de médicos
7 estudiantes de medicina
4 esposas de farmacéuticos
5 farmacéuticos
13 mujeres de baja ralea
3 estudiantes de farmacia
11 obreras de todo tipo
7 obreros
4 enfermeras
3 enfermeros
3 artistas
2 mozos de laboratorio
3 casquivanas
1 fabricante de instrumentos
1 comadrona
3 artistas
2 criadas
2 estudiantes de derecho
1 religiosa
2 hombres de letras

2 hombres de negocios
54
3 propietarios

2 abogados

2 campesinos cultivadores

1 marinero

1 sacerdote

1 oficial

2 dependientes de comercio

66


Ya lo ven ustedes: Hay de todo, desde la alta sociedad hasta las muchachas galantes, desde los abogados hasta los campesinos y los obreros. El doctor Pichon, que se dirige particularmente a la clientela burguesa, señala un solo oficial en los 66 casos observados entre el sexo fuerte; el doctor Levinstein encuentra 18 cargos del ejército alemán, sobre 82 individuos. Nuestro ejército no es indemne, a pesar de la estadística del doctor Pichon, y los informes de los médicos militares constatan un profundo agravamiento del mal de Wood.

De igual modo que el hipnotismo divierte a los engominados y a los ociosos, así el morfinismo se convierte en una moda, un deporte. En Constantinopla, las esposas del Sultán se inyectan bajo los globos oculares unas agujas variadas con un arte infinito; en París, las grandes damas poseen joyas-Pravaz[3], elegantes jeringuillas, muy pequeñas, en cantadoras, de plata, en rojo u oro, con sus iniciales, sus escudos heráldicos; tienen maravillosos frascos cincelados donde se ilumina el encantador licor; joyeros de seda roja o de terciopelo azul, según sea invierno o verano, el color de los perifollos o el cabello.
–Señora baronesa, ¿está usted visible? – interroga el vizconde.
–La señora se pravazina, – responde la dama de compañía, muy estirada ella.
Es el té de las cinco. Unos amigos y amigas rodean a la dama, adulan el frescor de su tez y el brillo de sus ojos. Tenía migraña, y una ligera inyección ha disipado las brumas de su frente; estaba nerviosa, irritada; ahora es amable, espiritual, revelando el secreto de su metamorfosis.
–¡Oh! querida!
–¿Me enseñáis eso?
–Claro que no… unos imbéciles dicen que es muy dañino.
–¡Os lo suplico!
–Pero vos no estáis enferma.
–¿Yo? ¡Sufro a morir!
–¡Pues bien!, la morfina os calmará.
Y la morfina las calma; experimentan sensaciones de beatitud, una embriaguez paradisiaca. Pronto, a este despertar del espíritu, a esa sobrenatural alegría, suceden la torpeza y el embotamiento. ¡Rápido, una inyección! La primavera florece en los rostros y en las rosas… Más y más… Días y meses transcurren, y las jóvenes damas en un «estado de necesidad», envenenados sus cerebros y sentidos, tiemblan y balbucean como ancianas. No retroceden ante nada para satisfacer su pasión –ocultan la morfina en sus polveras, en los zapatos, en los carretes de hilo desbobinados y vueltos a bobinar, en las lujosas prendas de uso íntimo.
Si se les impone la abstinencia, padecerán crisis nerviosas, alucinaciones, ideas de suicidio y de asesinato; si usted descuida guardia, corren, si es necesario, completamente desnudas, hasta la farmacia más cercana; si usted las encierra en su domicilio o en una casa de salud –mediante amenazas, blasfemias y ofrecimientos de dinero, mediante ruegos, lágrimas y manifestaciones de dolor –las verá convencer a la más terrible de las guardianas y corromper a la más fiel de las sirvientas.

¡Cuántas locuras, cuántos crímenes, cuántos duelos! ¡Oh, la Pravaz! Observen en el último circulo olvidado del Infierno de Dante a los poseídos del delirium tremens morfínico: Aquí, un joven declara: «!He perdido mi corazón!» – y va, con el rostro lívido, golpeando puertas, estremeciéndose al tic tac de los relojes; allí, un viejo oficial llora y gime, habla de gatos que le arañan, dice que su estómago se divide en dos; más allá, una dama aúlla a unos monstruos sentados sobre su cuerpo; siente unas cornejas penetrar en su cerebro, lagartos y víboras sorber y devorar sus entrañas; otra dama se levanta regularmente a medianoche, extiende los brazos para defenderse y grita, con voz angustiosa: «¿Que me queréis, fantasmas?» Otra enferma, aunque muy conocida en los tribunales, Marie R… (9ª habitación, junio de 1890), esta Marie, antaño dulce y encantadora, a partir de ahora víctima de las inyecciones, esta Maríe maltrata a su hijita de cuatro años de edad. Unos hombres se apuñalan, unas mujeres se estrangulan: tales son los paraísos del Artificio, sueños de Baudelaire, tales son los ideales que albergan las mortales embriagueces, donde los perfumes y los licores toman formas y aspectos humanos, poses, gestos y sonrisas de amantes embrujadas, rubias como los tabacos de Oriente, floridas de verde como las absentas, dorados como las añejas y buenas aguardientes, más deliciosamente embalsamados que la nafta, sutiles, blancos y virginales como la morfina y el éter.
¿Hay remedio, hay salvación? ¿Cómo combatir el mal? Algunos médicos exigen la supresión de las jeringas, la supresión inmediata y radical; otros recetan compensadores de narcóticos menos peligrosos: el cloral, el café, el alcohol. Se trata de engañar a los enfermos con inyecciones de agua pura; pero, el morfinómano es semejante al alcohólico, y es necesario dosificarlo, según opinión de las celebridades médicas francesas y extranjeras, Ball, Güntz, de Burkart, Zambacco, Magnan, Levinstein, Pichon, de Monvel, etc.; en cuanto a los médicos y a los farmacéuticos, acostumbrados los unos y los otros a estar en contacto con la morfina, su recaída es segura. ¿Qué hacer? ¿Prohibir la venta e incluso la fabricación del veneno mundano? Tal vez. Entonces, ¿echarán de menos las verdaderas enfermedades?

Hachís, opio, alcohol, tabaco, morfina, té, nafta, cocaína, estricnina, sulfonal, queridos señores y nobles damas, ¿a dónde nos lleva todo esto?
Queridos paraísos artificiales, un barnum[4] americano ya os anuncia bajo el nombre de agentes «pasionimétricos embriagadores», y desde el albor del siglo veinte se leerán vuestros atractivos eslóganes:

SUEÑO PARA TODOS.- Indicar la edad, el sexo, la profesión, el número de horas de sueño que se desea.
EMBRIAGUEZ PARA TODOS.- 3 píldoras al acostarse. Se es presa de una embriaguez de Sultán, paradisíaca; uno se levanta al son de trompetas del Juicio final.

¡Enterrados el Sr. Brown-Séquard y sus médulas de conejo! ¡He aquí la embriaguez, he aquí el sueño, he aquí el placer, señoras!... ¡Viva Borgia!

Una inmensa necesidad de reposo se apodera del hombre. Ya no quiere trabajar ni sufrir más; le ha robado algunos secretos a la naturaleza – pero lejos de perseguir sus conquistas y caminar un día como triunfador sobre la tierra vencida, sueña con el eterno olvido de los seres y de las cosas.

Dubut de Laforest.

Publicado en Le Figaro el 22 de septiembre de 1890.

Traducción.- José M. Ramos González.


[1] Alexander Wood (Edimburgo, 1817- íd. 1884) fue un médico escocés que pasó a la historia como el inventor de la aguja hipodérmica, que perfeccionaría el francés Charles Pravaz. El año de la invención fue 1853, cuando Wood ideó un instrumento que ayudase a aliviar el dolor de su esposa, Rebecca Massey, quien padecía un cáncer por entonces incurable, inyectándole morfina con frecuencia. Según se dice, su esposa fue la primera persona adicta a la morfina y finalmente ella falleció por una sobredosis de dicha sustancia, administrada con el invento de su marido. (Fuente: Wikipedia)
[2] El 29 de septiembre de 1890, apareció publicado en Le Figaro el siguiente suelto: «Bourron (Seine-et-Marne), 26 de septiembre.  Señor Redactor en jefe: En el artículo del Sr. Dubut de Laforest, sobre “los venenos mundanos”, publicado por Le Figaro el 22 de septiembre, está citado, como habiendo escrito contra la morfeomanía, mi padre, el doctor Zambaco Pacha. Usted añade entre paréntesis (Turco), error que debo reparar. En efecto, el doctor Zambaco Pacha, miembro correspondiente nacional de la Academia de medicina de París, oficial de la Legión de honor, etc., de origen griego y de nombre genovés, es ciudadano francés, como su hijo, que osruega insertar la presente rectificación y agradecérselo por anticipado. Demetrius-François ZAMBACO, Abogado en París.»
[3] Charles Gabriel Pravaz (1791-1855), cirujano y ortopedista francés que fue, junto con Alexander Wood, el inventor de la aguja hipodérmica. Aunque ambos llegaron a un instrumento similar, fue Pravaz quien la popularizó con ayuda de Louis-Jules Béhier. Pravaz usó su jeringa de pistón (conocida como jeringa de Pravaz) para la inyección intravenosa de anticoagulantes para el tratamiento del aneurisma. (Fuente: Wikipedia)
 [4] Charlatán de feria  (Nota del t.)